Breves reflexiones sobre las vigilancias actuales
Por Christian Arteaga, Docente en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central del Ecuador
Breves reflexiones sobre las vigilancias actuales
El mundo contemporáneo se caracteriza, especialmente, por dos cuestiones. La primera es un tipo de producción posfordista, donde las mercancías se desmaterializan y más bien, su valor se encuentra en lo inmaterial, mediado por una fluidez perpetua que resulta inabarcable. Y la segunda, es que el sentido de la realidad se ha modificado radicalmente como correlato de los avances y los usos tecnológicos. Resultado de ésto es que el propio sujeto se ve envuelto en nuevas formas de pensar, sentir e interaccionar.
Si bien lo primero podría definir lo segundo, está claro que ciertas tecnologías se habrían mejorado sustancialmente, como profundización de lo segundo. Es decir, no es ningún secreto que el nuevo capitalismo no se rige necesariamente por dinámicas industriales y por fuerza de trabajo invertida en la elaboración de mercancías materiales. Pero lo que resulta suigéneris es cómo la emergencia de mecanismos y dispositivos tecnológicos, que no sólo operan como una extensión del capital, sino que se encargan de distribuir, ordenar y administrar las poblaciones a escala planetaria.
En ese contexto, las formas de control sobre las poblaciones no solo pasan por regímenes represivos y coaccionantes, sino por dinámicas sensibles y lúdicas. Esto último no descarta bajo ningún precepto que la racionalidad de dichas dinámicas sea producida para el goce del sujeto, sino que como sabemos, responden a racionalidades que están íntimamente ligadas a tecnologías militares. En ese espectro tenemos desde las redes sociales digitales hasta los juegos de video, donde se pone a prueba a los usuarios como si estos fueran el propio Estado y su forma de ordenar es excluyendo, eliminando o destituyendo objetivos que las lógicas dominantes ponen como amenaza o peligro.
Ahora, esto que pasaría por una anécdota del presente, realmente tiene implicaciones societales. Dispositivos tecnológicos que parecerían acortar distancias, mejorar las comunicaciones y articular a comunidades de sujetos, son parte de una racionalidad de control y vigilancia. Esta última, digamos, no está inscrita como parte de una política de Estado planetario, sino que se ha tornado absolutamente subjetiva. Es decir, los seres humanos son parte extensiva de los dispositivos y no al revés. Por tanto, cada sujeto se autolimita y autoadministra en función de la racionalidad tecnológica. Así, los mecanismos de vigilancia no sólo están situados en las calles a través de cámaras para el reconocimiento facial y una serie de aparatos que buscan catalogar a los sujetos como huellas digitales, reconocimiento del iris ocular, códigos bancarios, entre otros, sino que las dinámicas algorítmicas de las plataformas de redes sociales, son otras vías de sujeción y vigilancia, pues, los sujetos actúan en función de lo que el algoritmo imponga y sobre un tipo de política de la censura.
Por ello, la vigilancia en el presente funciona con un doble rasero: por un lado, uno que se torna planetario, interviene y localiza la amenaza al sistema, especialmente si ésta proviene de sectores críticos y antihegemónicos; y otra que actúa a nivel de las sensibilidades del sujeto, ubicando y disciplinando sus prácticas, sus movimientos y las formas en las cuales debe actuar para que el algoritmo no lo censure ni lo suspenda. En definitiva, el tema de la privacidad no debe ser comprendido como un factor de voluntad, sino como un derecho y una forma de resistencia ante los mecanismos de control y administración de las corporaciones. Sin duda, ésto es complicado por lo que supone, pero también es urgente por lo que se vive y se avecina.